La particular manera de cantar los premios de la lotería de Navidad que mostró la niña Aya Ben Hamdouch ha tenido una inusitada repercusión y posiblemente será recordada durante bastante tiempo.
Todos los medios informativos se hicieron eco de lo que allí ocurrió y los telediarios nocturnos incluyeron la noticia de “la niña de la lotería” o “la niña de los mil euros”. De igual modo, los titulares de la prensa escrita también hablaron del tema: la niña que enamoró al Teatro Real, La niña que ha revolucionado la Lotería de Navidad y suma y sigue. Como no podía ser de otra manera, en las redes sociales también se produjo una auténtica agitación donde la cuestión llegó a convertirse en trending topic.
Aya Ben Hamdouch tenía que repetir la letanía que tenemos todos grabados en nuestra memoria auditiva desde hace muchos años, acostumbrados a seguir expectantes el famoso sorteo de Navidad. Se trata de un simple motivo musical que contesta al que canta el otro niño/a, compuesto por tres notas: La, Sol, Mi. Así ha sido durante décadas, todo reglado y previsible.
La pregunta. ¿Qué hizo Aya para conseguir “encandilar” a todos los españoles y lograr una inusitada muestra de admiración? Pues algo muy sencillo y muy difícil a la vez.
En primer lugar fue original y creativa porque hizo algo no previsto, diferente a lo que todos esperaban: el encanto de lo inesperado. Una vez más, el valor de la innovación y de la aportación individual.
También demostró pasión, una naturalidad tremenda, y mucha convicción cantando de aquella manera y acabó transmitiendo a todos los presentes su personalidad.
Y finalmente, se comportó con libertad. Cuando el responsable de la lotería se acercó y le susurró al oído (con mucho tacto, esa es la verdad) que volviera a los cánones, ella no lo hizo. Posiblemente no entendía nada de lo que le decía el funcionario, pero muchos preferimos pensar que no accedió a los consejos porque prefirió ser ella misma y no se plegó a la dictadura de la uniformidad. ¿No les parece maravilloso?
También es verdad que, si todos los niños que cantaban hubieran hecho lo mismo, el sorteo se hubiera retrasado mucho y a lo mejor estaríamos criticando a los responsables por no haber sido capaces de organizar aquello convenientemente. Ya se sabe, se pasa de lo sublime a lo ridículo muy fácilmente.
Creo sinceramente, que lo que allí ocurrió debería ser motivo de reflexión para todos aquellos que somos educadores de lo “artístico”. Evidentemente cualquier proceso educativo, y sobre todo la educación artística debe propiciar la capacidad para trabajar en equipo, practicar la colaboración y sacrificar la individualidad en beneficio de un resultado conjunto. Pero es importante hacer todo esto, estimulando al mismo tiempo la creatividad y la libertad de cada individuo.
Aya Ben Hamdouch consiguió el sueño de cualquier artista y además en el Teatro Real: emocionar a un nutrido público, lograr el aplauso unánime y conseguir una enorme trascendencia. Como si tratara de una gran diva de la ópera. Y solo con tres notas: La, Sol, Mi
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