
Artículo publicado en 2016 en la web de Nuestras bandas de Musica
La sociedad actual ha experimentado profundas transformaciones. Las sociedades musicales proliferaron en un contexto totalmente distinto al que vivimos hoy, sus contornos fueron pensados para personas con intereses y motivaciones muy diferentes a los actuales. Sin embargo, todavía apreciamos los rasgos de aquel invento. ¿Podremos actualizar estos proyectos a esta nueva realidad social o, por el contrario, sucumbirán fruto de su inutilidad? Los próximos años serán cruciales, pero la fortaleza y adaptabilidad del movimiento parecen indicar que seguiremos hablando de proyectos sociales, artísticos y educativos de éxito.
Mantenerse en pie ante la destrucción
“Recoged las rosas mientras podáis, largos son los días de vino y rosas, de un nebuloso sueño, surge nuestro sendero. Y se pierde en otro sueño.”
Nada es igual. Los profundos cambios sociales acaecidos a partir de la década de los años 90 han transformado sensiblemente nuestras sociedades musicales. Los procesos de globalización económica, la irrupción de las tecnologías y otros cambios sociales han dibujado un nuevo escenario. Poco queda del modelo de sociedad musical que conocimos y se desarrolló en las sociedades agrarias e industriales, hace apenas tres décadas. De manera sutil y paulatina, sin hacer ruido, un gran cambio se ha producido. Solo cuando nos detenemos y reflexionamos, nos percatamos de la gran transformación. Los actores ya no son los mismos o mejor dicho no actúan igual.
Las SS.MM. son un fenómeno social generado en el ámbito rural, se mantuvo sin grandes alteraciones durante los procesos de modernización que nuestro país experimentó durante la década de los años sesenta y después más tarde en los 80. Sin embargo, la aparición de lo que los sociólogos denominan como Postmodernismo dio inicio a una transformación profunda que también ha acabado modificando estas entidades. De momento han resistido el primer “round” de la gran crisis de 2008 y han sobrevivido. Parecía imposible.
Ahora continúan emergentes sobre las ruinas del modelo cultural anterior, basado en la aportación de grandes recursos públicos, organización de grandes eventos, profusión de infraestructuras ahora semiabandonadas y cierto divorcio con las demandas de consumo cultural de la ciudadanía.
El valor intemporal de las sociedades musicales se apoya en todo lo contrario: la austeridad y la articulación de un proyecto integrador, compartido y transversal. Estas han sido las armas más eficaces para sobrevivir a la hecatombe. Como afirma el profesor Pau Rausell, uno de nuestros investigadores sobre la cultura más lúcido: “ninguna sociedad musical ha desaparecido durante la crisis, es más su número sigue aumentando.” Así pues, después de los días de vino y rosas, reflexionemos: ¿qué elementos diferenciadores de la cultura valenciana quedan en pie? ¿Qué elementos simbólicos nos quedan de los que nos podamos sentir orgullosos? Sin duda, uno de los pocos, aunque no el único, es el movimiento asociativo musical valenciano.
¿Será suficiente para obtener el reconocimiento y aceptación que se les ha negado en algunos ámbitos? Las sociedades musicales han sido demasiadas veces minusvaloradas por algunas élites culturales que, en un alarde de arrogancia, las han considerado un producto cultural de orden menor. Una insensibilidad que impidió a muchos entender la fortaleza de un proyecto cultural, social y educativo que vertebra la Comunitat Valenciana. Y solo repararon en sus aspectos más epidérmicos. ¡Qué pocas veces hemos escuchado poner en valor lo que representan los miles de músicos aficionados, cuántos han despreciado la música de banda comparándola con la música de orquesta, esta sí, heredera de la gran tradición europea! Además venían con una visión maniquea que negaba el derecho de ser músico a quien no fuera profesional. Una usurpación sutil pero en toda regla imbuida de un profundo carácter reaccionario: la música clásica es propiedad de los profesionales que realmente la interpretan y la entienden. Esto sí que es “provinciano”.
¡Cuánta injusticia y sí, cuánta incultura! Y ahora, sobre el campo de batalla cultural, sobre los detritos en descomposición de la anterior opulencia, la crisis nos muestra el auténtico rostro de lo verdadero. Perdura lo auténtico.
La sociedad líquida: la amenaza silenciosa (Parafraseando a Zygmunt Bauman)
La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir”
Zygmunt Bauman
Instalados en una sociedad líquida, sin certezas de ningún tipo, inmersos en cambios que amenazan ser perpetuos y continuos, ¿cómo sobrevivirán nuestras sociedades musicales fruto de la solidez de antaño a estos tiempos? ¿Qué transformaciones necesitarán para mantenerse en pie? ¿O, por el contrario, acabarán siendo abandonadas y deshabitadas? De momento han resistido a la crisis, a un mundo que se derrumbó a su lado pero que nunca fue el suyo. Pero ahora desprovisto de cualquier envoltorio se nos muestra la más cruda realidad ante nosotros. Una terrible duda que amenaza en convertirse en certeza. Otra vez más, ¿serán capaces de transformarse? ¿Se puede hacer algo para que esto sea así? O por el contrario, ¿nada puede detener el proceso?
Algunos elementos fundacionales ya no sirven. No podemos apelar a la tradición ni al sentido de pertenencia. Estos resortes garantizan un evento, que puede ser participar en un certamen, celebrar un aniversario pero no garantizan el funcionamiento diario de la institución. Sirven para movilizar, para agitar, para rememorar pero no es algo sostenible. A diferencia de décadas anteriores, no supone una fuerza consistente. Algunos se desgañitan apelando a estos resortes pero son el último canto del cisne.
El espacio común de ocio y relación también está en peligro. El contacto personal no está de moda, la gente se relaciona en las redes sociales, las comunidades virtuales ofrecen mucha satisfacción, más que nada. Se eligen los amigos, los contactos y las historias que nos interesan. Hasta se busca pareja en plataformas asépticas que evitan el contacto directo. Cada vez más hay pereza y comodidad. Renunciar a los teléfonos móviles las dos horas que dura el ensayo de la banda es un reto titánico. Los jóvenes son incapaces de asumir esta obligación, ausentes en el ensayo se entretienen enviando wasaps o consultando los mensajes en la red social, deseosos de que termine la tortura que les impide volver a la libertad, regresar a la conexión con su universo. Hay que volver a ofrecer satisfacción y, como dice Bauman, volver a seducir.
Y otras renuncias que ya acontecieron. No se necesitan los recursos que antes fueron exclusivos y determinantes: instrumentos musicales, profesorado, oportunidades para interpretar en un grupo, etc. Las sociedades musicales tuvieron durante mucho tiempo la exclusividad sobre ciertos recursos. Los individuos los necesitaban, fueron la tabla de salvación para numerosas capas de población. Marcaron la diferencia, ahora no. La sociedad del bienestar y la fortaleza de los servicios públicos orillaron su valía. La proliferación de conservatorios públicos y la calidad de estos proyectos educativos difuminaron su labor. Ahora, sin aquella ventaja derivada de una sociedad invertebrada, es más difícil mantener la vigencia.
El resurgir del Ave Fénix
En toda historia de amor siempre hay algo que nos acerca a la eternidad y a la esencia de la vida, porque las historias de amor encierran en sí todos los secretos del mundo.
Paulo Coelho
Se muere para renacer con toda la gloria. El Ave Fénix estaba provista de una fuerza descomunal, poseía dones extraordinarios, sus lágrimas curaban y controlaba el fuego, Cada quinientos años volvía iniciando un ciclo de renovación y esperanza.
Y así de nuevo renacerán. Sin certezas, sin seguridad, navegando en un mar de dudas, vagando unas veces por la oscuridad, otras por la luminosidad, pero siempre hacia delante. Y la brújula para orientarse en esta zona pantanosa: el amor. Una gran historia de amor se mantiene viva, el pueblo valenciano ama a sus bandas de música y las siente en lo más profundo de su ser.
Por todo ello, las sociedades musicales se mantienen fuertes. Fuerte es su determinación y fuerte es su voluntad. Y encontramos muchos elementos que garantizan este optimismo. Nunca se tuvo tanto prestigio, nunca los poderes públicos y las élites políticas entendieron su indiscutible necesidad. A veces a golpe de protestas otras por propio convencimiento, pero la FSMCV ha conseguido convertirse en uno de los interlocutores sociales más potentes, su voz se oye a veces atronadoramente, otras veces se escucha en la soledad de los despachos y muros de los habitáculos del poder. Y allí decide, interviene e influye. Y lo mismo en el ámbito del poder municipal.
Música y poder, una pasarela cada vez frecuentada: directores generales y secretarios autonómicos y consellers músicos, alcaldes y concejales que se iniciaron en la gestión en las sociedades musicales, expresidentes de la FSMCV ahora diputados autonómicos…Las valijas llegan ahora más rápidamente a los núcleos de decisión.
Y el prestigio suma. En una sociedad sin referentes, el prestigio es un valor intangible pero muy elevado al que se acercan aquellos que quieren crecer y mejorar. Esto permite tejer alianzas, conseguir recursos extraordinarios, algunas entidades se acercan a las sociedades musicales para mejorar negocio e imagen. Se genera un discurso, a veces demasiado contemplativo, otras veces más significativo y con ello llega la presencia en la sociedad, en los medios de comunicación, en las redes sociales… La presencia es lo contrario a la invisibilidad.
La originalidad, la exclusividad de la propuesta, el posicionamiento singular, ocupar un espacio propio, ahí está una de las claves. Y esto parece bastante evidente en el proyecto educativo: convertir las escuelas de música en lugares para formar aficionados a la música, huyendo de construir sucedáneos de los conservatorios. Esto se tardó en ver, pero ya se nos revela como imprescindible. Nadie lo hace, solo las sociedades musicales que han encontrado un “nicho” de negocio y de identidad que han de transitar inexcusablemente. Más dificultades presenta la originalidad en el proyecto artístico y social. Estos dos proyectos que toda sociedad musical comparte se crearon en aquellas sociedades agrarias e industriales, cuando eran sólidas. Actualizar estos proyectos en un mundo líquido es más difícil pero no imposible, ya hemos identificado antes estos problemas. La gente no acude a los ensayos, el nivel de contratación de las bandas de música ha caído brutalmente, para qué mantener este proyecto que siempre fue el nuclear. No es fácil contestar. De igual manera el casino, el local social fue un espacio de identidad, de convivencia, de relación. Ahora ya no cumple esa función.
La innovación se hace necesaria, actualizar los proyectos en un nuevo contexto no será fácil pero sí necesario. Los discursos lacrimógenos no servirán; apelar a un pasado glorioso que nunca volverá, todavía menos. Es lo que hay. Identificamos experiencias, “buenas prácticas” que están dando resultados, una vez más, las sociedades musicales se mueven, se están transformando. Nueva gestión más profesional, nuevas políticas de incentivos y captación de individuos. El campo es ahora inimaginable, pero sobre los esquemas rotos se deben reinventar los proyectos sin renunciar a nada. Todo es válido y posible. Y las posibilidades, infinitas.
Epílogo
Quo vadis? La frase está vinculada a la tradición cristina que gira en torno a san Pedro. Éste abandonaba Roma, huyendo de la persecución a los cristianos cuando se encontró con Jesucristo que, en dirección contraria, se acercaba a la urbe cargado con la cruz. Quo Vadis, Domine? Le preguntó Pedro. “Voy a Roma a ser crucificado”, respondió Jesucristo. Avergonzado de su actitud, Pedro agachó la cabeza y regresó también para padecer el martirio y en aquel lugar se levantó la basílica de San Pedro del Vaticano, uno de los templos más impresionantes que la civilización ha creado y que perduran todavía en la actualidad.
Puede ser que las reformas que se acometan cambien el modelo de sociedad musical que todos conocimos, pero seguro que en su lugar se construirá un templo del que nos sentiremos orgullosos siempre, tal cual hicieron nuestros antepasados. Huyendo o negando la realidad, no, mirándola de cara y comprendiéndola, sí. Es nuestro reto, es nuestra obligación.
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